El golpe más profundo

Tu polo cuello mao hace juego con mi bolsa de tela, la que al recogerse parece un cítrico. Es amarillo y reluce como una estrella indicándome el camino. Detrás está tu sonrisa y tu palabra amable y tu abrazo de tatuajes.

Espero que todas las tormentas lleven tu nombre.

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Entre dos rocas de un abismo, la sal del mar mermaneció en sus tobillos cuando la orilla se retiró.

Tomaría impulso
si para llegar al infierno
hubiera de atravesarte

Vienes a por mi como el hambre, como el baño de barro que aserra mi figura por la mitad, a la altura del ombligo. Llegas tirando de los dedos de unos brazos en alto, desanclándo mi busto, alejando el corazón del vientre y una vez dentro te haces hueco, te ablandas, te estiras, te expandes, me invades, me aplacas, me colmas, me penetras con la lengua como espora, partiéndome en esquinas.

Las incognoscibles, ora límpidas ora llamativas, cuyo porte denotaba una exquisita miseria, una desdicha tan perfecta y absoluta que se manifestaba como dignidad, como calma. 

Eleanor Catton, Las luminarias

Puedo callar y ahogarme en la orilla o esperar a ser partida en dos como una ramita. En cualquier caso, bajo este arbol parece que llueve más y si tiemblan las hojas tiemblo yo, como un ciempiés al final de una cascada.

Quería un hogar
y cavó
y del hoyo hizo su nicho,
un escondrijo
en el que reposar.

¿Es culpable
el que tiene culpa?

 Mejilla ajada
-madera tallada fina-
asoma al balcón,
cuelga el torso, se inclina
jugo morado, zumo de uva
de una boca que desfallece
a un pico inflamado.